Sabtu, 24 Januari 2009

What About the Wall?



Strip City: Rethinking the Meaning of the Gaza Border



By N. Frankowski and C. Garcia



A wall in itself is meaningless. But instead, if that wall is charged with symbolism or with “content”, it can become the ultimate tool for change. As the most basic element of architecture, “the wall” can produce an unlimited array of possibilities. Very often used as a tool for separation, what happens when “the wall” is repurposed to “embrace” instead of excluding? What happens when the “wall” is fragmented to allow permeability? What happens when a no-man’s land is metamorphosed into a social condenser? What happens when instead of dividing East and West, it becomes a “melting pot”?



Strip City addresses the concept of the wall as a barrier, moreover rethinking the border line of the Gaza Strip. In the pictured scenario a ceaseless band of buildings is displayed along the Strip. Rectangular Blocks seem from far as a reminiscence of a continuous wall. But instead of an uninterrupted barrier, the buildings are spaced between them creating a zone for an incessant flow of creative freedom and possibilities.



The East-West conflict that used to be accentuated by a strong physical division is cancelled by the creation of transitional space. Taking as departure the point “0” that marked the separation between two territories, a new Architecture is enhanced. One that looks for the optimization of different behaviors, utilizations, and interpretations of space. Architecture in the “border zone” acts as a landscape background for a space intended to assemble differences and similarities.



As a new archaeological discovery, Strip City proposes a refreshing programmatic flexibility to its occupants. Like an oasis in the desert, people are attracted to the infinite possibilities of the space created that acts as a trait d’union between East and West. A new architecture welcomes the new comers and gratifies its inhabitants with its neutral and peaceful spaces. Common areas are displayed all over between the buildings as tangible ways of social, cultural and economic integration. Sport, health, economic and educational facilities act as enhancers of multiculturalism. Like alchemistic architecture, Strip City turns desolation into hope; a desert into an oasis. At the end a new and healthy architecture shines full of promises.



What About 2008?


Cuarenta años luego, el mundo se sumerge ante un diluvio de incertidumbre, a lo que nos preguntamos ¿Habrá espacio en el Arca para la Arquitectura?

Por N. Frankowski and C. García

Vivimos la trama de una película repetida, aunque posiblemente con un final alterno. Nacidos en la década del 1980, con la llegada del Nintendo, la computadora, la televisión a color, el capitalismo sobre ruedas y la democracia tendiendo su velo prometedor sobre la faz del globo, tuvimos la oportunidad de ver un mundo sentado en la estabilidad económica y política del fin de siècle. La caída del muro y el fin de la guerra fría pondrían en pausa algunas de las variables que causan inestabilidad en una sociedad cada vez más sensible a los altercados extra-bordes. Consecuentemente, la década de los noventa vio florecer un mundo colorido, con barreras demolidas y libertades inéditas. La Unión Europea creaba una colosal versión multi-nacional de los Estados Unidos, la Republica Popular China se hacia cada vez mas capitalista y Rusia se estabilizaba poco a poco, pero con pasos de gigante.


Sin embargo, y como afirma Luis Fernández Galiano: si el siglo XX terminó en Berlín, el siglo XXI comenzó en Nueva York. Vivimos desde el once de septiembre de dos mil uno un nuevo periodo estrenado por el “performance” más grande de la historia que a su vez parece evocar los espíritus de la infame década del 1960. De hecho, exactamente cuarenta años mas tarde tenemos el revival de lo que podría ser un año sesentaiochista. Excesos y decesos dieron color a un canvas que, como pintado por Pollock, mostró mucho color y nada de forma. En China se construían colosales íconos que coqueteaban más con las usuales e históricas propagandas de poder que con el estridente motor turístico al que recientemente estaban siendo sometidas tales arquitecturas. Mientras tanto, la bolsa de valores caía estrepitosamente ante la mirada incrédula de los accionistas, Fannie Mae y Freddie Mac –las casas de hipotecas más importantes en Estados Unidos, y posiblemente en el mundo—se declaraban en banca rota y el precio de crudo establecía una nueva plusmarca mundial; al parecer Usain Bolt y Michael Phelps no eran los únicos en hacer historia. A esto le podemos sumar la alarmante incomodidad por el calentamiento global, la resurgencia de las revueltas en las calles del Tibet y Atenas y para concluir el recrudecimiento de la volátil relación entre palestinos e israelíes que hacen del polvoriento Gaza un bacanal de agresiones.


La Arquitectura con A mayúscula no solo ha hecho mellas de la situación mundial, sino que parece marchar en una dirección totalmente opuesta. La profesión de diseñar edificios y erigir ideas ha decidido desaparecer en el momento más crítico y cuando aparece es para reforzar las ya problemáticas relaciones políticas y sociales. Paseándose resplandeciente sobre la alfombra roja de Beijing y Dubai, ha mostrado todo menos su herencia de soldado ante la batalla por la impronta social. La promesa alquimista del modernismo ha llegado finalmente a su culminación. Leemos el epitafio de una profesión, que aunque fuese en el papel, se decía ser para la gente. Una funesta ceguera nos aqueja como aquella que describió José Saramago en su Ensayo sobre la Ceguera. Vemos todo blanco y nos aislamos dentro de un edificio desolado, lejos del alcance de la gente que ve más allá que la blancura insondable que no tan solo nos obstruye la vista, sino que devora la memoria de las cosas como eran; de la arquitectura sin A mayúscula. Nuestros héroes construyen iconos para estados políticos difusos o para situaciones sociales confusas.

Nos quedamos sin respuestas ante una serie de inquietantes preguntas sobre nuestro potencial de pensadores. Mientras más evidente se hace la crisis, menos pensamos. A cuatro décadas del año posiblemente más volátil en la historia moderna, tenemos ante nosotros lo que podría ser el fin o el comienzo de una nueva era. El axioma que explica que ante la crisis se generan las grandes ideas, se encamina a probarse como uno erróneo. Tal es la desesperación y el desasosiego que multitudes transnacionales se inclinan en reverencia ante un evento político. Un eslogan hace eco mudo y reverbera sobre las paredes del mundo. Como el objectile deleuceano, Barack Obama proyecta su “Change We Need” y levanta el ánimo colectivo de los que se abrazan a la esperanza del evento mientras se balancean en el limbo.

No obstante, incrédula ante el avasallante paso del desamparo, la Arquitectura se jacta de andar en su mejor momento. Luciéndose como dama en traje de gala, la arquitectura coquetea golosa con las que aparentan ser fuentes económicas inagotables, no así dando muestras de un irrecuperable cansancio y deterioro espiritual. Tambaleándonos de inseguridad sometemos a la profesión a ridículas rutinas que ponen en contexto cuan fuera de contexto la profesión puede estar. Podemos tomar por ejemplo la Bienal de Venecia bautizada por Aaron Betsky: “Out There: Architecture Beyond Building.” En lo que parece ser un intento por recobrar la trascendencia intelectual de la disciplina, el crítico estadounidense confió en el potencial de los mega-arquitectos contemporáneos para dar vida a una Bienal con boga de cambio. Sin embargo el resultado no mostró mucho mas que vanos intentos de recuperar el aire vanguardias de los sesenta y peor aun, un recital de manifiestos vacíos e inocuos. ¿Nos habremos quedado sin fuerza para remar justo cuando la corriente va en nuestra contra?

Diez años atrás el mundo prometía un futuro esplendido, digitalizado y glamoroso. Hoy, nos sumergimos en un mar de preocupaciones e incertidumbres. En términos de construcción, el panorama se muestra aun más preocupante. España construirá la menor cantidad de pisos en cincuenta años e Irlanda ya cuenta con serios problemas en el mercado de banca y vivienda. El surgente tigre celta dejo de rugir y se unió a Gran Bretaña, Dinamarca, Alemania y Japón en la lista de potencias económicas en recesión. En Inglaterra se vaticinó que de un 20 a un 30 porciento de los arquitectos quedaran desempleados durante la recesión y números mas alarmantes se asoman en países vecinos, incluyendo a los Estados Unidos. Pronto el batón de la responsabilidad pasará de mano de los baby-boomers a los más jóvenes quienes no han visto nunca una crisis y quienes quizás no se han preparado con el armamento necesario para lanzarse a batalla.

Ante este escenario nos vemos en la necesidad de preguntarnos si contamos aun con el combustible necesario para mover adelante a la profesión responsable de idear edificios y edificar ideas. Hace cuarenta años soñábamos con carros voladores y visionábamos ciudades capaces de caminar sobre mundos post-apocalípticos. Hoy, construimos torres antes impensables y estadios que ni en los sueños más profundos podíamos haber anhelado. Sin embargo, hemos dejado de soñar, lo único que va por los aires es el precio del combustible y el futuro parece más una vuelta a un pasado inestable que la puerta a un porvenir utópico.

Peter Eisenman comentaba en su visita a Puerto Rico como la arquitectura pudiera estar aplicando el “late game”, tras el nombre de la estrategia de ajedrez en la cual se ataca en la parte tardía del juego. Según Eisenman la arquitectura por su naturaleza es la más tarde de las artes en evolucionar. Sin embargo no hay quien nos asegure que la profesión responsable de edificar ideas podrá predecir las próximas jugadas de una sociedad vertiginosamente cambiante. ¿Podrá la arquitectura poner en jaque lo incontrolable, o por falta de iniciativa y sagacidad finalmente sucumbiremos ante un jaque-mate?■

What About Glamour?


We are all spectators in this peepshow of urban frivolity

By N. Frankowski and C. García

Glamour is the new black. The contemporary city lies as a catwalk for the showcase of the sexy products of fetishistic contemporary Starchitects. Glittering facades, exclusive brand names, flashing lights and slick materials are the Botox and silicone of the glamorous twenty first century urbanism. So what about glamour and the city? Are "we", the designers of the city just a bunch of mere cosmeticians?

As Luis Fernandez Galliano wrote in a soul tearing note about “Losing Faith in Architecture”, the dramatic spectacle orchestrated by the empty-handed and empty-minded in an empty stage was not even able to catch a whisper. But what happens when the collective of that non-sense pretentiousness finds its apocalyptic epitome in a bigger scale? What happens when the aura of the metropolitan is driven by the sensationalistic pleasure of the hedonistic mind? Is the urbanism of the twenty first century like a distorted apotheosis of Koolhaas' City of the Captive Globe? Has the city finally turned into the capital of ego? Is its neatness and its fashionable offerings nothing more than nice looks cast over a lack of substance that hides behind the cosmetics?

In an orgy of desire, the contemporary city exists as a mixture of well branded marketing and eye candy pleasures. Magazine covers, TV shows, Music Videos and Movie Sets highlight that the city is finally a superstar in its own. Beijing, Dubai, and even Lagos are brand names like Paris, Bogotá, London and Manhattan; the taste of the month in the centerfold image. The job of the urbanist has become more and more infatuated by the visual pleasures of Photoshop and by the flash of the cameras. Architecture is a Rock Star, the City its red carpet.

In order to understand the city we must update our jargon; glorify our lexicon. A new terminology has to be applied to describe the glamour that has taken over the city like Plastic Surgery over a model's face. The wrinkles of age are being photoshopped in the name of vanity. Glamour transcends the city; it obliterates it. It transforms the city from a summation of randomness, to a pre-programmed living rendering. The urban dictionary must therefore be reinvented. In constant revision, never serious, these new concepts portray the zeitgeist of the modern grozsdtadt.


Bling Bling Urbanism
- Eye candy is applied on a one to one thousand scale. Removing all the layers of human evidence, Bling Bling urbanism shows the surrealist alternative of a non-existent reality. Like the paintings in a museum, the world is turned into an image, and all we can do is to view the forms drawn by the hand of the omnipotent architect/urbanist. We have been doing lèche vitrine on windows filled with empty urban promises. Graphically efficient we lie to ourselves in order to lie to everybody. Too far from eyesight, glamour is being shaped for the city. From the palm shapes of man made islands, to the orthogonal, obtuse and acute angles, and organic forms that are cad-drawn and photoshopped over Google earth images of toy sized cities. Bling Bling urbanism dazzles the spectator.

Sexy Shapes
- Previously used exclusively to describe attributes that provoked sexual stimulus; “sexy” is no longer attached to the human figure. As icons are being molded with lust and desire, sexy man-made machines are being raised. Whoever holds the tallest sexiest tower becomes the most virile, thus glamorous of all. It's the perfect mathematical formula: the more it twists, bends, or spread wide open, the most exposure it receives. In this world of paraphernalia, sexy describes it the best, and is being commonly used in magazines, public presentations, and even in the most sacred events in school. Like an adrenaline rush, lust anesthetizes our logic as we become unable to distinguish the obvious lack of content behind the shapes. Unable to identify the repeated plot we fall in the scheme like a lover about to be laid. The scene has been set: a flock of birds flying through a sun irradiated, clean, happy sky; the joyous effect of summer lapped by a gentle wafting fog, and in the background, sexy shapes are erected…

Bimbo Towers
- Like the supermodel, high rise is getting primetime broadcast. In a frivolous race for coverage, clients are pouring a lot of time, architects and money to erect towers that, like bimbo girls, look amazing but are empty inside. The skyscraper is, indeed, the final, definitive typology. It has swallowed everything else; its big throat spells the epitaph of what used to be variety and heterogeneity. Aiming for the sky, the new race is on; again, and like Yona Friedman's mobile architecture, it grows equally over a desert, a rice field or a gentrified ex-slum. Sooner than expected, glamour will take over and every city will raise its bimbo tower.

Sassy facades
- Distinctively stylish, these pretty faces create boulevards reminiscing boutiques of exclusive clothing. A surgical approach that operates over the urban epidermis, a collective of nicely done facades to decorate our urban experience. Libraries, churches, shopping malls, restaurants and banks are submersed into a bacchanal of urban frivolity. Looking sassy and glamorous, every client hires a nice cosmetician to blur its capitalist intentions with good looks in this tell-me-who-you-hire-as-an-architect-and-I’ll-tell-you-who-you-are parade.

Chic Interiors
- The most intimate and perhaps exclusive part of the glamour scheme. The interiors seduce, but don’t satisfy. Identity is dropped intentionally in order to gain credibility in the name of design. You are not longer able to identify the function of the place (or the purpose of it). All neon lit, chic interiors suggest you are in a hotel lobby. At the same time you could be waiting for food, for a shoe, for a book or an airplane. Typology is transfigured into ambience and environment. While not exposed to the outside, it is a direct contributor; an extension of it. The interiors don’t clarify their functions in the city, instead they blur them. Contradiction is its fuel, and while it creates an eternal flow of first-level visitors, could be nothing but a fifth category in the urban meme lexicon; lacking substance and just trying to be glamorous.

Blinded by the glitter and exclusive features of architecture, the neatness of man-made forms and the manifestation of the architects' interpretation of the will of the powerful, the city is about to be dead (again). With an excess of frivolity we have condemned the city to be a little miss sunshine in a beauty pageant, without noticing that its about to become an anorexic model that cannot see itself in the mirror anymore. After modernism, "we" have failed to see ourselves again as urban alchemists. Not because our inability to remember previous Herculean efforts, but because we don’t care anymore. A polished caricature of the city; we have condemned it to be everything we want it to be, not everything it needed to be. Are we about to assume responsibility for the intentionally irresponsible, or are we about to succumb to Al Pacino's favorite sin in his role of a contemporary Mephisto: Vanity. As the world turns, it reveals an instable economy, and uncertain future, it is time for us to wonder what happens when the fireworks are finished and the smoke clears, will the city still be there?■