Sabtu, 24 Januari 2009
What About 2008?
Cuarenta años luego, el mundo se sumerge ante un diluvio de incertidumbre, a lo que nos preguntamos ¿Habrá espacio en el Arca para la Arquitectura?
Por N. Frankowski and C. García
Vivimos la trama de una película repetida, aunque posiblemente con un final alterno. Nacidos en la década del 1980, con la llegada del Nintendo, la computadora, la televisión a color, el capitalismo sobre ruedas y la democracia tendiendo su velo prometedor sobre la faz del globo, tuvimos la oportunidad de ver un mundo sentado en la estabilidad económica y política del fin de siècle. La caída del muro y el fin de la guerra fría pondrían en pausa algunas de las variables que causan inestabilidad en una sociedad cada vez más sensible a los altercados extra-bordes. Consecuentemente, la década de los noventa vio florecer un mundo colorido, con barreras demolidas y libertades inéditas. La Unión Europea creaba una colosal versión multi-nacional de los Estados Unidos, la Republica Popular China se hacia cada vez mas capitalista y Rusia se estabilizaba poco a poco, pero con pasos de gigante.
Sin embargo, y como afirma Luis Fernández Galiano: si el siglo XX terminó en Berlín, el siglo XXI comenzó en Nueva York. Vivimos desde el once de septiembre de dos mil uno un nuevo periodo estrenado por el “performance” más grande de la historia que a su vez parece evocar los espíritus de la infame década del 1960. De hecho, exactamente cuarenta años mas tarde tenemos el revival de lo que podría ser un año sesentaiochista. Excesos y decesos dieron color a un canvas que, como pintado por Pollock, mostró mucho color y nada de forma. En China se construían colosales íconos que coqueteaban más con las usuales e históricas propagandas de poder que con el estridente motor turístico al que recientemente estaban siendo sometidas tales arquitecturas. Mientras tanto, la bolsa de valores caía estrepitosamente ante la mirada incrédula de los accionistas, Fannie Mae y Freddie Mac –las casas de hipotecas más importantes en Estados Unidos, y posiblemente en el mundo—se declaraban en banca rota y el precio de crudo establecía una nueva plusmarca mundial; al parecer Usain Bolt y Michael Phelps no eran los únicos en hacer historia. A esto le podemos sumar la alarmante incomodidad por el calentamiento global, la resurgencia de las revueltas en las calles del Tibet y Atenas y para concluir el recrudecimiento de la volátil relación entre palestinos e israelíes que hacen del polvoriento Gaza un bacanal de agresiones.
La Arquitectura con A mayúscula no solo ha hecho mellas de la situación mundial, sino que parece marchar en una dirección totalmente opuesta. La profesión de diseñar edificios y erigir ideas ha decidido desaparecer en el momento más crítico y cuando aparece es para reforzar las ya problemáticas relaciones políticas y sociales. Paseándose resplandeciente sobre la alfombra roja de Beijing y Dubai, ha mostrado todo menos su herencia de soldado ante la batalla por la impronta social. La promesa alquimista del modernismo ha llegado finalmente a su culminación. Leemos el epitafio de una profesión, que aunque fuese en el papel, se decía ser para la gente. Una funesta ceguera nos aqueja como aquella que describió José Saramago en su Ensayo sobre la Ceguera. Vemos todo blanco y nos aislamos dentro de un edificio desolado, lejos del alcance de la gente que ve más allá que la blancura insondable que no tan solo nos obstruye la vista, sino que devora la memoria de las cosas como eran; de la arquitectura sin A mayúscula. Nuestros héroes construyen iconos para estados políticos difusos o para situaciones sociales confusas.
Nos quedamos sin respuestas ante una serie de inquietantes preguntas sobre nuestro potencial de pensadores. Mientras más evidente se hace la crisis, menos pensamos. A cuatro décadas del año posiblemente más volátil en la historia moderna, tenemos ante nosotros lo que podría ser el fin o el comienzo de una nueva era. El axioma que explica que ante la crisis se generan las grandes ideas, se encamina a probarse como uno erróneo. Tal es la desesperación y el desasosiego que multitudes transnacionales se inclinan en reverencia ante un evento político. Un eslogan hace eco mudo y reverbera sobre las paredes del mundo. Como el objectile deleuceano, Barack Obama proyecta su “Change We Need” y levanta el ánimo colectivo de los que se abrazan a la esperanza del evento mientras se balancean en el limbo.
No obstante, incrédula ante el avasallante paso del desamparo, la Arquitectura se jacta de andar en su mejor momento. Luciéndose como dama en traje de gala, la arquitectura coquetea golosa con las que aparentan ser fuentes económicas inagotables, no así dando muestras de un irrecuperable cansancio y deterioro espiritual. Tambaleándonos de inseguridad sometemos a la profesión a ridículas rutinas que ponen en contexto cuan fuera de contexto la profesión puede estar. Podemos tomar por ejemplo la Bienal de Venecia bautizada por Aaron Betsky: “Out There: Architecture Beyond Building.” En lo que parece ser un intento por recobrar la trascendencia intelectual de la disciplina, el crítico estadounidense confió en el potencial de los mega-arquitectos contemporáneos para dar vida a una Bienal con boga de cambio. Sin embargo el resultado no mostró mucho mas que vanos intentos de recuperar el aire vanguardias de los sesenta y peor aun, un recital de manifiestos vacíos e inocuos. ¿Nos habremos quedado sin fuerza para remar justo cuando la corriente va en nuestra contra?
Diez años atrás el mundo prometía un futuro esplendido, digitalizado y glamoroso. Hoy, nos sumergimos en un mar de preocupaciones e incertidumbres. En términos de construcción, el panorama se muestra aun más preocupante. España construirá la menor cantidad de pisos en cincuenta años e Irlanda ya cuenta con serios problemas en el mercado de banca y vivienda. El surgente tigre celta dejo de rugir y se unió a Gran Bretaña, Dinamarca, Alemania y Japón en la lista de potencias económicas en recesión. En Inglaterra se vaticinó que de un 20 a un 30 porciento de los arquitectos quedaran desempleados durante la recesión y números mas alarmantes se asoman en países vecinos, incluyendo a los Estados Unidos. Pronto el batón de la responsabilidad pasará de mano de los baby-boomers a los más jóvenes quienes no han visto nunca una crisis y quienes quizás no se han preparado con el armamento necesario para lanzarse a batalla.
Ante este escenario nos vemos en la necesidad de preguntarnos si contamos aun con el combustible necesario para mover adelante a la profesión responsable de idear edificios y edificar ideas. Hace cuarenta años soñábamos con carros voladores y visionábamos ciudades capaces de caminar sobre mundos post-apocalípticos. Hoy, construimos torres antes impensables y estadios que ni en los sueños más profundos podíamos haber anhelado. Sin embargo, hemos dejado de soñar, lo único que va por los aires es el precio del combustible y el futuro parece más una vuelta a un pasado inestable que la puerta a un porvenir utópico.
Peter Eisenman comentaba en su visita a Puerto Rico como la arquitectura pudiera estar aplicando el “late game”, tras el nombre de la estrategia de ajedrez en la cual se ataca en la parte tardía del juego. Según Eisenman la arquitectura por su naturaleza es la más tarde de las artes en evolucionar. Sin embargo no hay quien nos asegure que la profesión responsable de edificar ideas podrá predecir las próximas jugadas de una sociedad vertiginosamente cambiante. ¿Podrá la arquitectura poner en jaque lo incontrolable, o por falta de iniciativa y sagacidad finalmente sucumbiremos ante un jaque-mate?■
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